Dos semanas enfermo.

Estoy en una prisión. En una horrible prisión. Ya no soporto esta prisión. Me torturan cada siete segundos. Cada vez que trago saliva. Es como si tragara vidrio. No puedo dormir. Es una cárcel. No puedo salir. Las horas no pasan. Nada pasa. No puedo hacer nada porque no puedo concentrarme. No puedo esparcir mi mente. No puedo dormir. Las horas no pasan. Sólo cuento las horas hasta la próxima pastilla. Es lo único que hago. Y siempre faltan muchas horas. Y la muy hija de puta de mi pastilla nunca me saca del todo el dolor. No quiero sentir nada. Quiero dormir. Quiero curarme. Estoy harto. Hace dos días que no duermo. Hace dos días que mi único alimento es un batido que me hace doler cuando lo trago. Ya no aguanto. Mi cara es una máscara. Sonrío frente al espejo muy de vez en cuando como para que los músculos de mi cara sepan que alguna vez se movieron de esa forma. Tengo el cuello hinchado. Tengo la garganta toda hinchada. Trago saliva y todo termina en un claqueo. Necesito un sublingual. Necesito algo más potente. En realidad necesito curarme. Hace más de una semana que estoy enfermo. Estoy harto. Desde hace seis días que me diagnosticaron amigdalitis. Desde hace seis días que me duele cada vez que trago. Cuando abro la boca enfrente del espejo, la suave y húmeda carne que está al lado de mi campanita parece puré de sandía y choclo. Así de horrible está. Esto es inaguantable. No puedo hacer nada. Me duele cada vez que trago. Las horas no pasan. Si pudiera dormir quizás el tiempo pasaría más rápido. Pero no puedo. Siento como si me empezara a ahogar con mi propia saliva apenas me acuesto y si acaso empiezo a querer relajarme todo se va al carajo apenas tengo que tragar saliva. Y ahí empieza el dolor. El puñal que atraviesa mi garganta. Tomé antibióticos y la cosa no mejoró, incluso empeoró, entonces me inyectaron penicilina. Nada cambió. Así que me empecé a dar con otros antibióticos. Estoy harto. Necesito que esto termine bien. Y rápido. Por favor.