viernes, 11 de octubre de 2013

Odio los regalos.

Si, odio todo lo que rodea a la boludez de los regalos. No me gusta tener que hacer regalos y tampoco me gusta que me hagan regalos.
Odio todo el tema de obligaciones que lleva la cuestión de los regalos. Odio todo el tema de cesiones de poder que incluye. Odio toda la cuestión de buenas intenciones del que hace un regalo esperando que al otro le agrade y de las buenas intenciones del que recibe un regalo haciéndole saber al otro que le agrada lo que recibió.
Marqué tres puntos por los que no me gusta toda la mierda alrededor de los regalos. Ahí está todo en cuestión, ahora vamos a dilatar estos puntos como el culo de una puta.

Entiendan, sobre todo, lo que no me gusta es la cuestión de la obligación. Y tampoco me gusta como incide dicho regalo en las dos partes que envuelven a la cuestión, el regalante y el regalado.

Ahora vamos a escarbar más en la mierda de lo que estoy diciendo como si estuviéramos buscando parásitos muy chiquititos.
Lo peor es lo de la obligación.
Si, eso es lo peor de todo en un montón de cosas.
En este caso es terrible porque esa obligación está escondida entre cuestiones supuestamente buenas y se hace pasar por buena la muy hija de puta y todos sabemos que las obligaciones nunca son buenas.
Es el cumpleaños de alguien y vos estás obligado a hacerle un regalo. Vas a una fiesta, obligado a llevar un regalo. Volvés de viaje, obligado a traer regalos. Es navidad, obligado a hacer regalos. El día de… la marmota, obligado a comprar regalos.
Es horrible.

Entiendan, yo los entiendo, a cualquiera le gustaría que le regalasen un millón de dólares. A mi también. Pero no estás viendo todo el cuadro. Ningún regalo viene por nada. Nada es gratis.
Y ahí reside el problema entre el regalante y el regalado. El regalante tiene una obligación, lo que dijimos recién, y el regalante también. Es como en el padrino, te hicieron un regalo pero ahora vos estás en deuda. Es como esas empresas que te regalan algo, te están obligando a otra cosa, con algo te van a salir. Nadie hace regalos porque si, sin esperar consciente o inconscientemente algún beneficio.
Pongamos por caso algo bien libre, la relación entre el regalado y el regalante es nula, digamos que un tipo se pone a regalar dinero en la calle y se lo da a cualquiera que pasa. Uno podría decir que en este caso el regalante no espera nada a cambio y el regalado no tiene ninguna obligación porque no conoce al regalante y no lo va a ver más. Error. Incluso en estos casos, de alguna forma el regalante está haciendo algo para él. Ya sea para sentirse bien o para marcar precedentes de que es un tipo bueno. El regalado al dejar que el regalante sienta esto ya está cumpliendo su parte en este horrible trato entre regalante y regalado.
Pero ese es un ejemplo muy extremo.
Vamos a lo que nos pasa a todos.

¿No es odiosa toda la farsa que ocurre en uno de esos detestables actos de regalación? El regalante le da un regalo al regalado. El regalante está ahí parado mirando como el otro abre el paquete, está ahí escudriñando cada detalle del rostro del otro, viendo cada pizca de cambio en su semblante. Este es su trabajo en este momento, observar. El regalado, por otro lado, tiene todo el trabajo ahora. Tiene que abrir el regalo y prepararse para reaccionar correctamente. Tiene que mostrarse agradecido, tiene que mostrar quizás sorpresa, seguramente alegría. Y si acaso realmente le gusta lo que recibió y está en una situación, digamos un cumpleaños, en donde hay otros más regalantes con sus regalos, lo mejor sería que no demostrara excesiva alegría en un regalo en particular porque podría arruinar la expectativa de los otros pobres regalantes y sus regalos no tan copados. Porque es así, en este punto todos los regalantes están esperando que su regalo guste.
Me parece un poco chota toda esa situación.
Y ni hablar si el regalo no es algo del agrado del regalado. Ahí hay dos opciones: o finge y le da un poder que no se merece al regalante o demuestra que no le gusta lo que recibió y lo hace sentir mal al otro.
Por eso es que es una cuestión de poder. Hay que manejar los niveles para que ninguno de los dos se sienta mal. Ni el que hace el regalo ni el que lo recibe. Porque hay veces que un regalo hace sentir mal al regalado también. Supongamos que es una chica un poco gordita y recibe un vestido, si el vestido es muy chico la mina se angustia porque sabe que no le entra. Si el vestido es muy grande la chica se angustia porque piensa que la ven más gorda de lo que es.
No hay forma de esquivar la bala.
También están los casos en los que el regalado se da cuenta de que le hicieron un regalo muy ordinario o muy barato. O cuando le regalan algo que no tiene nada que ver con él y eso le hace pensar que el regalante no sabe nada de él o no le importa. O también cuando el regalo es algo tan genérico que ni siquiera tiene gracia.
En todos estos casos el poder reside en el regalado que puede, como la norma lo indica sin indicarlo, demostrarse agradecido en una medida justa y pasar a otro tema. O demostrar que el regalo no le agrada y meterse en un buen lío.
Tampoco es bueno que el regalo sea demasiado caro, por lo menos yo me siento en deuda si recibo algo muy caro, siento que no lo merezco y que la otra persona no debe meterse en semejantes gastos. Así que otra vez, no hay forma de esquivar la bala.

Es una cuestión de poder también porque si alguien te hace un regalo vos deberías hacerle uno a ese alguien también. Y los niveles de regalo también tienen que estar a las mismas alturas. No podés regalarle una baratija a alguien que te hizo un regalo zarpado.
Y ahí, queridos lectores, volvemos otra vez al tema de las obligaciones que es lo peor de todo esto.

Las obligaciones son una mierda.
Eso es lo que más me revienta de todo esto.
Estar obligado a hacer regalos, lo que no hago muy a menudo. Estar obligado a recibir regalos, lo que no puedo esquivar del todo.

Entiendanme, no es sólo una cuestión de no gastar dinero. Es la cuestión de la obligación, es la cuestión de tener que hacer una busqueda obligada para conseguir un regalo porque estoy obligado a comprarlo.
Todas esas obligaciones de mierda que me hacen perder tiempo, dinero y sonrisas.
Si veo que algo que le gusta a alguien y se lo puedo comprar y después regalárselo porque si, eso está bien. Pero tener que ir a buscar algo que le guste a alguien y tener que comprárselo porque le tengo que hacer un regalo. Eso no está bien.
Si tengo algo que no necesito, que no quiero o que simplemente quiero regalarlo, eso está bien. No tengo problemas con eso. Pero si estoy obligado a regalar algo que no quiero regalar, eso ya no me gusta.

Entiendan, no me gusta que me obliguen.
Pensar que cada año aparecen más “días de…”, para que se hagan más regalos. Que triste.
Ponete a pensar cuántos regalos tenés que hacer entre cumpleaños, navidades, díasde, viajes y otras cuestiones. Que quilombo.
Y tampoco me gusta que las otras personas tengan que pasar por esas cuestiones. Por eso no me gusta que me hagan regalos tampoco.

Lo bueno sería que alguien dijera: mirá, pasé por este lugar y esto me hizo acordar a vos así que te lo compré, tomá, es una boludez pero está bueno ¿viste?
Y listo.
No tener que comprar algo porque el almanaque lo dice. No tener que llevar un regalo porque si no lo hacés quedás mal.

Las obligaciones son una mierda.
Esto de tener que hacer regalos es una costumbre de mierda que se convirtió en una obligación.
Tal vez hasta sería mejor poner un precio, como si fuera la entrada a un boliche, y todos abonan ese precio cuando llegan al cumpleaños por ejemplo. Y a la mierda. Nadie va a dar de más, nadie va a dar de menos. Nadie va estar esperando que su regalo agrade. Nadie va a sentirse defraudado por un regalo que no le gusta. Nadie va a perder el tiempo haciendo un scouting y casting de regalos. Y a la mierda. Ya no va a haber competencia por los regalos, porque a veces, aunque nadie diga nada es como una competencia… “y el mejor regalo se lo dio…”, el regalo más caro, el más lindo, el que más le gustó. Triste pero real, son cosas que pasan.
Pero si se hiciera eso de dar dinero como si se estuviera pagando una entrada tendría que establecerse que todos hicieran eso y que el monto sea fijo y acordado desde antes. Porque si no es como las tarjetas esas de regalo que se dan, que son medio tristes. Son como, ey, se que te gustan los libros pero ni idea cuál comprarte, tomá esta tarjeta y andá a comprarte alguno. Es choto porque te obligan a ir ahí, a comprarte algo si o si, y porque se re venden en la cuestión de cuánto dinero pusieron.
Eso es otro tema cuando te hacen regalos, otro tema que no me gusta. O estás obligado a fingir que todo lo que te dan te gusta o tenés que aguantar todo eso de frustrar a alguien que estaba tratando de alegrarte. Si tía, esta remera de unicornios es lindísima. O si no estás obligado a ir a esa tienda donde te hicieron el regalo y buscar algo que te guste que tenga más o menos el mismo precio.
Y otra vez, es todo cuestión de obligaciones.
Las obligaciones son una mierda.
Creo que ya cubrí todo el tema.

Soy La Actitud Regalada de Galahad.


Tengo como placas constantes en mi garganta. Viven ahí las hijas de puta. 

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Galahad es un muchacho delirante que escribe algunas boludeces muy de vez en cuando y si se le cantan las pelotas. La Galaxia conspira contra él pero a veces Galahad le toca la cola.