El momento ese en el que te das cuenta de que esa chica, aunque quizás no vaya a tener nada con vos, piensa que tenés una de esas cualidades que te hacen subir el ego y sentirte bien.
¿No es un lindo momento ese? ¿No es una hermosa sensación?
Para mi es uno de los momentos más copados. El instante ese en el que te das cuenta de que le parecés lindo, ese sublime segundo en el que te enterás que para ella sos un chabón copado, esa eximia centésima en la que te das cuenta de que a ella le podés llegar a gustar.
Acá ocurren dos cosas. Primero te sentís bien por el subidón de ego. Y después te sentís bien porque te das cuenta de que puede pasar algo. A veces, de todas formas, las dos sensaciones te suben muchos químicos en la estúpida mente y te hacen actuar como un idiota y terminás cagándola. Pero bueno, ese es otro tema.
La otra versión de esta sensación es más bien agridulce. Es cuando te enterás de que a una chica le parecías lindo, le gustabas, le parecías copado, estaba atrás tuyo, quería que la garches como si no existiera el mañana o lo que fuera parecido a eso… peeero, te enteraste tarde. Con tarde me refiero al otro día quizás, si es una chica que no vas a cruzarte jamás, o años después y resulta que ella era la chica que te gustaba en la secundaria y ahora te das cuenta de que las bolas te quedan largas y tristes y que te vendría bien un corte.
Que agridulce momento. Tu cerebro idiota va a así: “Ey, ella gustaba de mi, si, ella gustaba de mi, si, Odín, ella gustaba de mi, la chica más linda del curso gustaba de mi.” Y después sigue: “Idiota, soy un idiota, gustaba, gustABA, antes gustaba de mi y yo no me di ni cuenta y ya es tarde, soy un idiotaaa.”
Y ahí más vale que te separes de vos mismo cual Superman en la Tres y te cagues a piñas. Oh, Tyler, libéranos de la perfección.
Yo estaba re atrás tuyo, me dijo la boluda.
Ella dijo que eras lindo, me dijo otra boluda. Me lo hubieras dicho antes, la concha de tu tía.
Pero volvamos otra vez a la primera versión. La hermosa hermosa hermosa. Así nos vamos bien. Mentira. Bueno, más o menos.
¿No está copada esa sensación, ese segundo, ese par de centésimas en las que el tiempo se detiene porque tu torpe cerebrito empieza a procesar lo obvio: que ella gusta de vos?
A mi me encanta. Me gustaría vivir en ese momento. O por lo menos hacer que dure más. Antes de que posiblemente la cague o ella se vaya para siempre o pase algo que arruine todo.
Eso era. De eso quería hablar. Obviamente que para el caso, el tema puede ser tratado por los dos sexos y por todas las ramas sexuales.
Soy La Centésima Perfecta de Galahad.
Me revientan los bordecitos esos de piel que se forman al lado de las uñas. Siempre joden. Te los querés sacar y terminás arrancándote medio dedo y dejándolo en carne viva. Y arde como la concha de la madre. Y vos te decís: Si es sólo un pedacito de piel, no puedo quejarme como un pelotudo. Pero te seguís quejando. Y no aprendés la puta lección, porque la siguiente vez que te aparece el puto pedacito de piel lo tratás de arrancar de vuelta. Mierda.
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