Por Chuck Palahniuk
Traducido por Galahad.
Título original: Loser
El programa todavía se ve exactamente como cuando estabas enfermo con una fiebre muy alta y te quedabas en casa a ver la televisión todo el día. No es “Vamos a hacer un trato”. No es “la Rueda de la Fortuna ”. No es “Monty Hall”, o “Pat Sajak”. Es ese otro programa donde la gran voz dice tu nombre a la audiencia, dice "Bajá acá, sos el siguiente concursante," y si vos adivinás el costo del arroz A-Roni, entonces volás ida y vuelta para vivir una semana en París.
Es ese programa.
El premio nunca es algo útil, como ropa o música o cerveza. El premio es siempre alguna aspiradora o un lavarropas, algo que tal vez podrías alegrarte de ganar si fueras, no se, la mucama de alguien.
Es la semana de más quilombo, y la tradición es comprometer a que todos los Zeta Deltas tomen el cole escolar y vayan a algún estudio de TV y vean como se graba este programa de juegos. Las reglas dicen, que todos los Zeta Deltas tienen que llevar la misma remera roja con, impresa en ella, la cosa griega de la Zeta Delta Omega serigrafiada en negro.
Primero, tenés que tomar una estampita de Hello Kitty, tal vez media estampa, y esperar por el subidón. Es como si fuera esa estampita de papel impresa con Hello Kitty que vos chupás y tragás, excepto que en realidad es ácido en papel secante.
Todo lo que hacen los Zeta Deltas es sentarse juntos para hacer este parche rojo en el medio de la audiencia del estudio y gritar y chillar, todo para aparecer en TV. Estos no son los “Gamma Agarrá una Pierna”. No son los “Lambda Viola a una Cita”. Los Zeta Deltas, ellos son los que todos quieren ser.
Cómo el ácido va a afectarte, si vas a volverte loco y matarte a vos mismo o comerte vivo a alguien, ellos no te lo van a decir.
Es una tradición.
Desde que eras un nenito con fiebre, los concursantes que llaman para jugar a este juego son siempre los mismos, la gran voz siempre llama a un tipo que es Marine de los Estados Unidos y que viste algún uniforme de banda con botones de latón. Siempre está la vieja abuela de alguien vistiendo una camiseta. Siempre está el inmigrante de algún lugar donde no podés entender la mitad de lo que dice. Siempre hay algún científico nuclear con una gran panza y con el bolsillo de su camisa lleno de lapiceras.
Es justo como vos lo recordás, como lo viste creciendo, sólo que ahora, todos los Zeta Deltas empiezan a gritarte a vos. Gritan tan fuerte que se les arrugan los ojos y se les cierran. Todos son solamente remeras rojas y grandes bocas abiertas. Todas sus manos te empujan afuera de tu asiento, paleándote fuera de las gradas. La gran voz está diciendo tu nombre, diciéndote que bajes. Vos sos el próximo concursante.
En tu boca, el Hello Kitty sabe a chicle rosa. Es el Hello Kitty más popular, no ese con sabor a frambuesas o el que tiene sabor a chocolate cocinado durante la noche por el hermano de alguien en el Edificio General de Ciencias donde trabaja como conserje. La estampa de papel se siente atrapada a medio camino en tu garganta, pero vos no querés atragantarte en TV, no siendo grabado en video, con extraños mirándote, por siempre.
Todo el estudio se da vuelta para mirarte tambalear mientras bajás de las gradas con tu remera roja. Todas las cámaras de TV hacen zoom. Todos aplauden como vos lo recordás. Esas luces de Las Vegas iluminando, contorneando todo lo que está en el escenario. Es algo nuevo, pero vos lo viste un millón zillón de veces antes, y entonces automáticamente te ponés en el atril vacío al lado de dónde está parado el Marine de los Estados Unidos.
El anfitrión del programa, que no es Alex Trebek, mueve un brazo y toda una parte del escenario empieza a moverse. No es un terremoto, pero toda una pared se mueve en ruedas invisibles, todas las luces en todas partes se prenden y se apagan, sólo que más rápido, sólo son un pestañeo, pestañeo, pestañeo, más rápido que lo que una boca humana lo puede decir. Toda esta gran pared de fondo del escenario se desliza hacia un lado, y desde atrás emerge una gigantesca modelo brillando con un millón billón de brillos en su apretado vestido, moviendo un largo y flaco brazo para mostrarte una mesa con ocho sillas como las que viste en la sala de alguien en el día de acción de gracias, con un gran pavo cocido y patatas y todo. Su cintura de modelo, todo alrededor es tan gruesa como el cuello de alguien. Cada una de sus tetas, es del tamaño de tu cabeza. Esas luces onda Las Vegas brillan todo alrededor. La gran voz está diciendo quién hizo esta mesa, de qué clase de madera. Diciendo que el precio sugerido al por menor realmente lo vale.
Para ganar, el anfitrión levanta una cajita. Como un mago, les muestra a todos lo que hay debajo, sólo está este pan en su estado natural, en la forma en la que el pan viene antes de que se haga algo como para vos lo puedas comer, como un sánguche o tostadas francesas. Sólo este pan, en la forma en la que tu mamá lo encuentra en la granja o dónde sea que el pan crece.
La mesa y las sillas son totalmente, fácilmente tuyas, excepto que tenés que adivinar el precio de este gran pan.
Detrás de vos, todos los Zeta Deltas se juntan bien cerca con sus remeras rojas, haciendo algo que parece un gigante grano rojo en el medio de la audiencia. Ni siquiera te miran, todos sus cortes de pelo están acurrucados, haciendo un gran centro peludo. Es como totalmente tarde cuando suena tu teléfono, y la voz de un Zeta Delta te dice qué tenés que ofertar.
Ese pan simplemente sentado ahí todo ese tiempo. Cubierto con una corteza marrón. La gran voz dice que está cargado con diez vitaminas y minerales esenciales.
El viejo anfitrión del juego, te está mirando como si quizás nunca, pero nunca hubiera visto un teléfono antes. Entonces dice, “¿Y qué ofertás?”.
Y vos decís, “¿Ocho mangos?”
Por la mirada que la vieja abuela tiene en la cara, es como si capaz alguien tuviera que llamar a los paramédicos por su ataque al corazón. Colgando de una manga de su camiseta, este trozo arrugado de Kleenex parece el interior todo salido y blanco de un oso Teddy que alguien quiso con mucha furia.
Para confundirte usando alguna brillante estrategia, el Marine de los Estados Unidos, el bastardo, dice, “nueve dólares”.
Entonces para ganarle, el chabón científico nuclear dice, “Diez. Diez dólares”.
Debe haber alguna trampa en la pregunta, porque la vieja abuela dice, “Un dólar y noventa y nueve centavos”, y toda la música empieza a sonar bien fuerte, y las luces se prenden y se apagan. El anfitrión lanza a la abuela arriba del escenario, y ella llora y juega un juego en el que lanza una pelota de tenis para ganar un sofá y una mesa de pool. Su cara de abuela se ve tan destrozada y arrugada como el Kleenex que saca de la manga de su camiseta.
La gran voz llama a otra abuelita para que tome su lugar, y todo sigue avanzando deprisa.
En la siguiente ronda necesitás adivinar el precio de una papas, pero algo así como una gran cosa de verdad, papas vivas, de antes de que se vuelvan comida, en la forma en la que vienen de las minas o de donde sea que se extraigan las papas en Irlanda o Idaho o algún otro lugar que empiece con la I. Ni siquiera están hechas papas fritas.
Si adivinás bien, te llevás un gran reloj adentro de una caja de madera onda ataúd de Drácula pero parado, excepto que tiene estas campanas de iglesia adentro que hacen ding ding según la hora que sea. En tu teléfono, tu mamá lo llama reloj de abuelo. Se lo mostrás en video, y ella te dice que se ve barato.
Vos estás en el escenario con las cámaras de TV y las luces, todos los Zeta Deltas están en llamada en espera, y vos ponés tu teléfono sobre tu pecho y decís, “Mi mamá quiere saber, ¿no tienen algo más lindo que tal vez pueda ganar?”.
Le mostrás a tu mamá esas papas en el video, y ella pregunta: ¿El anfitrión las compró en el supermercado o en un lugar más ordinario?
Llamás con el marcado rápido a tu papá, y él te pregunta por la posibilidad de que se le sumen impuestos.
Probablemente es el Hello Kitty, pero la cara de este gran reloj de Drácula te frunce el ceño. Son como ocultos ojos, las pestañas bien arriba, y el diente empieza a aparecer, y vos podés escuchar un millón billón de gigantes cucarachas arrastrándose por ahí en el interior de la caja de madera.
La piel de todas las supermodelos se vuelven completamente aceitosas, sonriendo con sus caras sin mirar a nada.
Decís el precio que te dice tu mamá. El Marine de los Estados Unidos dice un dólar más. El chabón científico nuclear dice un dólar más que él. Sólo que esta vez, vos ganás.
Todas esas papas abren sus ojitos.
Excepto que ahora tenés que adivinar el precio de la leche de una vaca entera puesta en una caja, de la forma en la que la leche viene en el refrigerador de la cocina. Tenés que adivinar el precio de todo un paquete de cereal como el que encontrás en el gabinete de la cocina. Después de eso, un coso gigante de sal pura en la forma en la que viene del océano sólo que puesta en una caja redonda, pero más sal de la que nadie podría comer en toda su vida. Tanta sal que podrías aderezar aproximadamente un millón billón de margaritas.
Todos los Zeta Deltas te empiezan a mandar mensajes de texto como locos. Tu casilla de entrada está apilando todo. Después vienen estos huevos como los que tenés que buscar en pascuas, sólo que totalmente blancos y alineados adentro de alguna especie de clase de caja de cartón. Todo un set completo de doce. Estos realmente minimalistas huevos, todos blancos… tan blancos que los podrías ver por siempre, sólo que justo ahora tenés que adivinar frente a una botellota de algo como champú amarillo, excepto que es algo más espeso llamado aceite de cocina, vos no sabés para qué es, y la siguiente cosa a la que tenés que adivinarle el precio es una cosa congelada.
Te ponés la mano sobre tus ojos para poder ver más allá de las luces, excepto que todos los Zeta Deltas están perdidos a tu mirada. Todo lo que podés escuchar es a ellos gritando diferentes precios. Cincuenta mil dólares. Un millón. Diez mil. Sólo gente loca gritando sólo números. Como si el estudio de TV fuera sólo una jungla oscura, y la gente sólo fueran monos haciendo sus ruidos de monos.
Los molares adentro de tu boca, se están moliendo entre ellos tan duro que podés sentir el metal caliente de tus rellenos, ese derretimiento de plata en tus dientes posteriores. Mientras tanto, las asquerosas manchas de sudor bajan desde tu axila hasta tu codo, todas rojas oscuras bajan por ambos lados de tu remera Zeta Delta. El sabor de plata derretida y chicle rosa. Es apnea del sueño sólo que en el día, y vos te tenés que recordar a vos mismo que tenés que tomar la siguiente bocanada de aire… tomá otra bocanada… mientras las supermodelos caminando en brillantes tacos altos les tratan de proxenetear a la audiencia un horno microondas, proxenetean un caminador de gimnasio mientras vos seguís mirándolas para decidir si están realmente buenas. Te hacen girar el artilugio que gira todo alrededor. Tenés que emparejar un montón de imágenes diferentes para que queden todas perfectas. Como si fueras una especie de rata en Principios del Comportamiento Psicológico 201, te hacen adivinar cuál lata de frijoles horneados costó más que otras. Todo ese quilombo para ganar algo en lo que te sentás mientras cortás el césped.
Gracias a tu mamá diciéndote los precios, ganaste una cosa como las que ponés en una habitación cubierta cuidadamente con un bien limpio, resistente al óxido, vinilo. Ganaste uno de esos que la gente podría montar en vacaciones de por vida, para completa diversión y alegría de toda la familia. Ganaste algo pintado a mano con el encanto del Viejo Mundo e inspirado por la reciente película épica que arrasa en los cines.
Es lo mismo a cuando te sentías enfermo con una gran fiebre y tu corazoncito de nene golpeaba bien duro y vos no podías respirar, con sólo la idea de que alguien se pudiera llevar a su casa un órgano eléctrico. No importa cuan enfermo te sintieras, tenías que ver este programa hasta que tu fiebre pasara. Todas las luces parpadeando y los muebles de patio, parecían hacerte sentir mejor. Para sanarte o para curarte de alguna forma.
Es como totalmente tarde, pero vos ganás todo el camino hasta el último asalto.
Ahí, son sólo vos y la vieja abuelita de camiseta de antes, sólo la normal abuela de alguien, pero ella vivió a través de guerras mundiales y bombas nucleares, probablemente ella vio a todos los Kennedy ser disparados y a Abraham Lincoln, y ahora ella está haciendo saltitos en puntitas de pie con sus zapatillas, aplaudiendo sus manos de abuela y siendo rodeada por supermodelos y titilantes luces mientras la gran voz le promete un vehiculo deportivo utilitario, un televisor pantalla plana, un abrigo de piel largo hasta el piso. Y probablemente es el ácido, pero es como si nada pareciera sumar.
Es como si, si vos vivís una vida lo suficientemente aburrida, sabiendo el precio del arroz A- Roni y de las salchichas para panchos, ¿tu gran premio es que te vas a vivir una semana a un hotel en Londres? Lográs un viaje en avión a Roma. Roma, o sea, Italia. Llenás tu cabeza de la suficiente basura ordinaria, ¿y tu pago es que una gigante supermodelo te da una moto de nieve?
Si este programa quiere ver cuan inteligente sos, tendría que preguntarte cuántas calorías hay en una rosca de cebolla y queso cheddar. Dale, preguntate el precio de los minutos de tu celular en cualquier hora del día. Preguntate el costo de una multa por ir treinta millas más del límite de velocidad. Preguntá la tarifa de un viaje a Cabo para las vacaciones de primavera. Contando los centavos, vos les podés decir el precio de un asiento decente del tour de la reunión de Panic at the Disco.
Deberían preguntarte el precio de un té helado de Long Island. El precio del aborto de Marcia Sanders. Preguntarte por los costosos medicamentos para el herpes que tenés que tomar pero que no querés que tus papás sepan que necesitás.
Preguntarte el precio del los textos escolares de la Historia del Arte Europeo, que costaron trecientos mangos, jodidas muchas gracias.
Preguntarte qué estampa de Hello Kitty te puso así.
La amorosa abuelita oferta alguna cantidad de dinero común por su caja de muestra. Como siempre, los números de su oferta aparecen en lucecitas, brillando en el frente del atril de concursante en el que está ella.
Acá, todos los Zeta Deltas están gritando. Tu teléfono sigue sonando y sonando.
Por tu caja, una supermodelo te muestra quinientas libras de bife crudo. La carne entra adentro de una barbacoa. La barbacoa entra sobre un bote motorizado que entra adentro de un tráiler de carga que encaja con una zarpada camioneta pickup que entra en un garaje de una totalmente nueva casa en Austin. Austin, o sea, en Texas.
Mientras tanto, todos los Zeta Deltas están de pie. Se pusieron de pie y sobresalen entre la audiencia gritando y animando, no gritando tu nombre, sino gritando, “¡Zeta Delta!” Gritando, “¡Zeta Delta!”
Gritando, “¡Zeta Delta!” lo suficientemente alto como para que se grabe en el video.
Es probablemente el ácido, pero, estás batallando con una vieja que nunca conociste, peleando por cosas que ni siquiera querés.
Probablemente es el ácido, pero, acá mismo y ahora, a la mierda con conseguir una gran Empresa. A la mierda con Los Principios Generales de la Contabilidad 301.
Atorado a medio camino en tu garganta, algo te hace atragantarte.
Y a propósito, o por accidente, apostás un millón, trillón, ga-zillón de dólares, y noventa y nueve centavos.
Y de repente todo se vuelve calmo y silencioso. Quizás sólo el ruidito de clickeo que hacen todas las luces onda Las Vegas cuando se prenden y se apagan. Se prenden y se apagan.
Es como totalmente tarde cuando el anfitrión del juego se pone de pie muy cerca tuyo, parado al lado de tu codo, y susurra, “No podés hacer eso”. El anfitrión susurra, “Tenés que jugar este juego para ganar…”
De cerca, su cara de anfitrión se ve quebrada en un millón billón de torcidos fragmentos que solamente están pegados de nuevo juntos con maquillaje rosa. Como el huevo Humpty Dumpty o un rompecabezas. Sus arrugas, como si fueran las cicatrices de guerra por haber jugado este mismo juego de TV desde que empezó hace una eternidad. Todos sus pelos grises, siempre peinados en la misma dirección.
La gran voz pregunta, esa gran, profunda voz surgiendo de ningún lugar, la voz de un gigantesco gigante hombre que no podés ver, demanda: “¿podés por favor repetir tu oferta?”
Y tal vez vos no sabés que querés de tu vida, pero sabés que no es un reloj de abuelo.
Un millón, trillón… decís. Un número demasiado grande como para caber en el frente de tu atril. Más ceros que todas las luces brillantes en el juego alrededor del mundo. Y probablemente es el Hello Kitty, pero lágrimas caen de tus dos ojos, y estás llorando porque por primera vez desde que sos un chico no sabés lo que va a pasar a continuación, las lágrimas arruinan el frente de tu remera roja, tornan las partes rojas tan negras que el coso griego del Omega no tiene ningún sentido.
La voz de un Zeta Delta, sólo en toda esa gran, tranquila audiencia, grita, “¡Apestás!”
En la pantallita de tu teléfono, un mensaje de texto dice, “¡Idiota!”
¿El texto? Es de tu mamá.
La abuelita de la camiseta, está llorando porque ganó. Vos estás llorando porque… no sabés porqué.
Resulta que la abuelita gana la moto de nieve y el abrigo de piel. Ella gana el bote motorizado y los bifes de carne. La mesa y las sillas y el sofá. Todos los premios de las dos cajas de muestra, porque tu oferta era muy, muy, muy alta. Ella está saltando alrededor, sus totalmente blancos dientes falsos tiran sonrisas en todas las direcciones. El anfitrión del juego hace que todos empiecen a aplaudir, excepto que los Delta Zetas no lo hacen.
La familia de la vieja abuelita se trepa sobre el escenario, todos los hijos y los nietos y los bisnietos de ella, y se mueven por ahí para tocar el brillante vehículo deportivo utilitario, tocar a las supermodelos. La abuelita planta rojos besos de pintalabios sobre toda la fracturada y rosa cara del anfitrión del juego. Ella está diciendo, “Gracias”. Diciendo, “Gracias”. Diciendo, “Gracias”, justo cuando sus ojos de abuelita giran y se ponen en blanco como para mirar el interior de su cabeza, y su mano agarra la camiseta donde cubre su corazón.
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